Época: ibérico
Inicio: Año 1 A. C.
Fin: Año 1 D.C.

Antecedente:
Alfarería

(C) Lorenzo Abad y Manuel Bendala



Comentario

Al norte de Alicante, la cerámica ibérica cambia de aspecto, como es lógico suponer si tenemos en cuenta que entramos en una región diferente, la Edetania. Las diferentes variantes cerámicas de decoración geométrica (líneas, bandas, rombos, circunferencias y semicircunferencias, etc.) son bastante similares a las de la región más meridional, y en último término, a las de todo el ámbito ibérico. Algo similar ocurre con las decoraciones de tipo vegetal, con los cambios correspondientes.
En lo que concierne a la decoración figurada, en cambio, la situación cambia considerablemente. En el ámbito del País Valenciano, desaparece por completo ese mundo de figuras fantásticas que hemos encontrado en la cerámica de Elche-Archena, salvo excepciones muy puntuales, como pueden ser algunos vasos del yacimiento de Los Villares, y en su lugar se impone un estilo mucho más abierto y menos denso de contenido, que ha recibido el apelativo de estilo narrativo -también denominado de Oliva-Liria, por los yacimientos más importantes donde aparece esta decoración- frente al de estilo simbólico del anterior.

La cerámica de Oliva-Liria se caracteriza, como hemos indicado, por una mayor espontaneidad y realismo que la de Elche; desaparecen los monstruos y los héroes que luchan contra ellos, en su lugar la cerámica se puebla de gentes que cantan, bailan, cazan o hacen la guerra. Todo ello ante un fondo también abigarrado, con multitud de adornos y motivos complementarios geométricos y vegetales, algunos de ellos similares a los de Elche, otros -los más- exclusivos. Y también abundan los rótulos identificativos y explicatorios, escritos en ibérico, aunque por desgracia para nosotros no resulten de especial interés, ya que aún no podemos comprender la lengua ibérica; parece evidente, no obstante, que algunos de estos letreros deben hacer referencia a las actividades allí representadas, y es posible también que a sus pintores y alfareros, como ocurría con la cerámica griega. Algunas de estas escenas pueden tener también un contenido simbólico que hoy por hoy nos resulta imposible de aprehender.

Las decoraciones cerámicas de Elche-Archena y Oliva-Liria son, grosso modo, contemporáneas, pues a juzgar por los materiales proporcionados por la excavación de la ciudad de San Miguel de Liria, epónima de este tipo de decoración, su abandono y destrucción debió tener lugar en las primeras décadas del siglo I a. C., momento en que aún se encontraba en uso esta cerámica. Su difusión, al igual que ocurre con la de Elche-Archena, supera los límites de Liria y la encontramos, entre otros lugares, en Oliva, al sur de la provincia de Valencia, y, con testimonios más escasos, en yacimientos meridionales, como La Serreta de Alcoy, y también septentrionales, como algunos de los de Teruel.

Dentro de su relativa uniformidad, la cerámica del estilo Oliva-Liria presenta numerosas variaciones, tanto en forma como en motivos decorativos y en decoración. Así, por ejemplo, un vaso de Oliva, bastante incompleto, muestra dos frisos de guerreros vestidos con faldellín corto y botas, armados con lanza y escudo, de pie, dentro de un entramado de líneas verticales y horizontales que vienen a constituir como especie de casillas donde se ubica cada uno de los guerreros; parece que éstos eran en realidad motivos complementarios de una gran escena de lucha que ocupaba el centro de cada una de las caras principales, algo no muy frecuente en este tipo de cerámica, que prefiere por lo general el friso corrido, donde poder explayar mejor su complejidad narrativa, decorativa y ornamental. Estas escenas bélicas son muy frecuentes en los distintos vasos ibéricos, ya sea como monomaquias, ya sea como combates en los que intervienen más personajes.

En algunos casos, como en otro vaso de San Miguel de Liria, estos guerreros alternan con músicos tocados con un gorro alto que tañen o tocan distintos elementos musicales, todo ello ante un fondo abigarrado de motivos geométricos y vegetales. En todos estos vasos, las figuras alternan las tintas planas -lo que en terminología arqueológica se conoce como silueta- y los contornos, sin que pueda decirse que una u otra solución responda a motivos concretos; en ocasiones, el pecho de los guerreros aparece como transparente, marcado por una simple línea de contorno y decorado en su interior con trazos más o menos complejos, en lo que podríamos interpretar como el esbozo de un peto o coraza, pero a veces vemos igual solución en el cuello de los caballos, que difícilmente podría llevar una armadura similar; además, en ocasiones el cuerpo del caballo aparece como perforado, con el fin de hacerlo transparente y de que el espectador pueda observar completamente la pierna que, en buena lógica, debería quedar oculta por el cuerpo del caballo; estos guerreros se convierten a veces en cazadores que persiguen a ciervos, toros y carniceros que en algunos casos pueden recordar a los de la cerámica de Elche, aunque desprovistos de buena parte de su fiereza; todos ellos se representan ante un paisaje de motivos vegetales y florales, entre los que en alguna ocasión vemos surgir arbustos, posiblemente granados.

Mención especial merecen tres vasos de San Miguel de Liria conservados en el Museo de Prehistoria de Valencia. El primero de ellos es el denominado Vaso de los Guerreros, que muestra un grupo de cuatro guerreros a pie, enfrentados a un grupo enemigo más poderoso, compuesto por dos infantes, que son los que abren la marcha, y seis jinetes que caminan detrás. Los del grupo de cuatro, armados con jabalina y escudo, aparecen en escorzo, dando la impresión de que han sido sorprendidos en su camino y se vuelven presurosos para aprestarse a la defensa; para ello embrazan el escudo y blanden su lanza, prestos a defenderse del ataque lanzado por los dos infantes del grupo perseguidor, que blanden la jabalina en su mano derecha y la temible falcata en la izquierda; los jinetes que les acompañan tienen el cuerpo echado hacia atrás, como si estuvieran frenando la carrera de sus corceles, carecen de escudo y blanden la lanza en su mano derecha. El fondo, como es normal, se encuentra cubierto de motivos geométricos y vegetales, entre ellos las típicas hojas acorazonadas horizontales. Todos los individuos llevan un vestido corto, con mangas, de tipo militar, terminado en flecos, y con el pecho decorado con algo similar a escamas, que recuerda, salvando las distancias, una cota de malla.

Otro vaso de la misma procedencia es el de los guerreros a pie que se enfrentan en combate singular, el uno armado con jabalina y escudo, el otro con falcata y escudo, y ambos vestidos de la manera que antes hemos comentado, aunque sin la decoración en el pecho. Tras ellos, sendos músicos, uno, vestido con sagum y capucha, toca el doble aulós; otro, enfundado en un largo vestido con pantalones, una gigantesca trompeta. Tras ellos, caballos, jinetes y guerreros en actitud de caminar.

El tercer vaso difiere de los anteriores, puesto que no presenta motivos guerreros, sino una escena central en la que un hombre, auxiliado por otros situados tras él, hace frente a un toro; la decoración se completa con una cacería de jabalíes y una escena de lucha. Otro vaso, también de San Miguel de Liria, nos ofrece, por el contrario, una procesión de danzantes encabezada por una pareja de músicos -él toca el aulós simple; ella, el doble-, seguidos por tres hombres vestidos a la usanza de los guerreros, aunque aquí la decoración de la cota de malla ha sido sustituida por unas bandas cruzadas ante el pecho; por último, cuatro mujeres vestidas como la flautista, con un traje largo, ligeramente acampanado, con su borde inferior decorado con ajedrezados, y el pelo recogido en una redecilla o gorro.

La cerámica de la costa oriental al norte del País Valenciano presenta algunas características dignas de destacar; las decoraciones más corrientes son las de tipo geométrico, en tanto que la vegetal es relativamente frecuente y la figurada se convierte en algo excepcional. Así, conocemos recipientes con decoraciones de hojas acorazonadas que recuerdan la de los estilos de Eiche y, sobre todo, de Liria, palmas, etc. Cuando se encuentran decoraciones figuradas, éstas se reducen a animales, principalmente aves, como muestran los recipientes de diverso tipo (crátera, cálato del Tossal de les Tenalles de Sidamunt, en Lérida; se trata del mismo pájaro, muy esquemático, con las alas y cola apenas esbozados, pico abierto y patas formadas por dos trazos simples en forma de T.

La forma más excepcional es el llamado, por el nombre de su antiguo propietario, Vaso Cazurro, que muestra a dos hombres desnudos, cubiertos con un faldellín, que lanza en mano persiguen a un grupo de animales; el suelo está representado por una línea de postas, lo que no deja de ser un fenómeno curioso, ya que este motivo no parece el más indicado para dar idea de un suelo en tierra firme, que es sin embargo sobre el que corren los personajes; sobre él aparece uno de los pocos árboles que conocemos en la cerámica ibérica. La técnica es bastante torpe, las figuras están representadas en silueta, aunque su actitud está bastante bien conseguida; no parece adscribible a ninguno de los grupos que hemos estudiado con anterioridad; si acaso, podría relacionarse con los monumentos más simples de las cerámicas del estilo de Oliva-Liria.

Hay que destacar, sin embargo, un tipo cerámico peculiar de Cataluña y muy característico: la cerámica con pintura blanca que abunda sobre todo en el área indiketa (Ullastret y área circundante de Ampurias); se trata de una cerámica peculiar, de superficie de color oscuro, que ha sustituido la pintura de color rojizo, propia de la cerámica ibérica, por otra blanca, y que domina totalmente en esta área a lo largo de los siglos IV y III a. C., momento en el que comienza a coexistir con la ibérica tradicional.